NO RECUERDO MANZANITAS ROJAS, PER SÍ FISHUELAS (Por Esther Bendahan)

A la memoria de Jacob Hassan, quien protestaría maravillosamente por este artículo.

Sefert Tora o rollo de la ley

Sefert Tora o rollo de la ley

Elías Canetti cuenta en La lengua absuelta que recordaba una canción sefardita (casi prefiero no buscar de nuevo en su libro, sino dejar que mi memoria me traiga su recuerdo), y me acuerdo de lo que el escritor sefardita decía acerca de una canción en la que se decía «manzanitas rojas». De mi infancia no recuerdo manzanitas rojas, ni en canciones ni en mi mesa, las recuerdo de Madrid, en la celebración del Rosh Ashana, el año nuevo y mucho me gustaría coincidir con Elías Canetti, escritor a quien siempre admiré y seguí como maestro de lecturas y administrador de silencios. Lo que sí recuerdo son naranjas, naranjas con olor a naranja, un olor que no tienen las de naranjas de Madrid; naranjas, que en Tetuán llegaban a mi ventana, gracias a un simpático mozo de almacén que las descargaba del camión para dejarlas en un almacén situado justo debajo de mi ventana, pero antes de descargarlas, algunas las lanzaba a mi hermana y a mí, recuerdo su risa y cómo parecía divertirse cuando veía que no conseguíamos atraparlas.

También recuerdo que en Tetuán, la ciudad sefardita casi española, casi marroquí, que decía de sí misma que era una pequeña Jerusalén, éramos todos reyes y reinas. «Mi rey, mi reina» era una de las frases más repetidas, «en el reino de Tetuán», tanto que parecía una en la que sus ciudadanos era un pueblo de monarcas, de ahí viene tal vez, una cierta tendencia a no tomar en serio los actos solemnes, poseedores de sentido irónico, nada era demasiado en serio, pero sí todo era dramático. Y eso confería a nuestro carácter ciertas características que chocan fuera de ese espacio cultural, y que curiosamente veo ahora en algunos viajes a Israel, me refiero a esa actitud aristocrática, esa cierta imposibilidad de esperar como todo el mundo en una cola, o el intentar siempre un privilegio, pero que no es bajo ningún concepto desprecio hacia los demás, sino mas bien una actitud irreverente y traviesa frente a la autoridad, una comunidad donde hay mas presidentes de organizaciones por metro cuadrado que en ninguna otra. Mucho morro me decía un escritor castellano, pero es una cuestión de perspectiva, porque por ejemplo como no conmoverse con el morro, con la gran intención y voluntad que ponía en sus tarjetas una de los valerosos de Albert Cohen, esa manera de simular ser, que finalmente denota una certeza de no pertenencia al mundo al que se quiere o pretende seducir, porque finalmente se trata de dos temas esenciales, supervivencia y seducción. Mi primer contacto con mi ser sefardí se dio en dos tiempos, por un lado al principio se trataba de la vivencia. Y en la vivencia no hay conciencia. Pero sí, inmersión, pertenencia, si olores y sabores, sí las deliciosas tortitas, una especie de galleta casi con forma de estrella con vacíos y muy crujiente ( «si son galletas como apanadas», me dijo un amigo a quien quise regalar una delicatessen y que se sintió excluido así de los sabores de mi infancia incapaz de apreciar esa maravilla culinaria), sí, fichuelas, un sorprendente dulce que requiere de una minuciosa elaboración, que le da la forma de una rosa amarilla bañada en almíbar, la fichuela además se relaciona con determinadas fiestas, como el dulce que se toma después del ayuno de Yom Kipur, y es un palabra que remite a un significado cómplice; recuerdo sobretodo la complicidad del lenguaje, un lenguaje propio y familiar, un español bañado como esas fichuelas en un almíbar del tiempo del pasado actualizado en cada bocado, palabras en hebreo, palabras en árabe y en ladino, en español antiguo que se confundían unas con otras y que hacía que el lenguaje permitiera una singular pertenencia a los iniciados. En ese primer momento, no había un más allá, no se cuestionaban identidades, se era en realidad completa, porque era un mundo sostenido por historia y palabras en el que cada uno conocía su pertenencia y su lugar, un espacio físico y mental, un lugar en el lenguaje.

Después, en la salida, ya en el exilio, es cuando la plenitud de la vivencia desaparece y hay que volver a configurarla. Entonces la palabra se convierte en un lugar casi secreto porque no puede entenderla la mayoría, se vuelve un idioma familiar y es cuando se toma conciencia de su peculiaridad, un jial pintado, para decir guapo, guachear, para hablar de querencia nostalgia, mechnun, para designar a alguien malhumorado. Esas palabras las recuerdo de mi infancia, pero las usan aún mis hijos, las usan en tono divertido, y saben que pueden casi mandar una clave a otro amigo descendiente también de los judíos del Norte de Marruecos, sin que el grupo se entere.

En el exilio, las palabras marcan la generación, están quienes quieren perderlas para pertenecer a un nuevo lugar y quienes no las abandonan para figurar, tal vez, estar aún en el mismo lugar. Albert Cohen cuenta en su libro Oh vosotros, hermanos humanos y en El libro de mi madre cómo se vincula al francés para pertenecer a la lengua como única patria, mientras le avergüenza escuchar a su madre, así en ese sentimiento de vergüenza, de querer pertenecer es donde comienza la fuerza de la identidad.

Hay palabras en jaquetía, el judeo español del Norte de Marruecos, que incluso hasta hace poco tiempo al haberlos oído en otro tono, en funciones diversas y unidas a otras claramente reconocidas como palabras diferentes a las de los otros, no sabía que pertenecían al castellano de todos, por ejemplo atestados, es una palabra que me resultaba inadecuada para su uso fuera del ámbito de mis judíos sefarditas, es una palabra que para mí tiene un tono antiguo, que la relaciona con lo oído en otro tiempo, evitaba usarla en mis escritos, hasta que un corrector por el uso de sinónimos me animó a usarla, y me di cuenta entonces de ese fenómeno del lenguaje en el que vivía las palabras con extrañeza, que a pesar de reconocer aquella de uso privado, había otras generales que confundía con las secretas. Y además que muchas de las secretas tiene un uso habitual en algunos ámbitos y provincias españolas, fue cuando comencé a sentir mi lengua, como formando parte del todo que es ese espacio móvil e inquietante del lenguaje.

Es el segundo tiempo del reencuentro y la identidad que se da curiosamente simultáneamente, como si uno fuera la orilla del otro. Porque ser sefardí y volver a España es diferente que serlo y regresar a Israel o a Francia. Volver a España y reencontrarse con el lenguaje, con Maimónides, con Toledo y Córdoba permite una asunción diferente y una adquisición más plena del pasado frente al presente.


Finalmente hay un momento que ya no tiene que ver con uno, sino con la transmisión, con el encuentro del futuro, con el miedo a la pérdida, la memoria en relación siempre con el olvido, con la coherencia de lo que se quiere salvar y lo que es necesario olvidar, y si hay algo que deseo rescatar de mi infancia, de mi educación tradicional y religiosa, del ambiente en el que recuerdo que viví, y es cierta manera de ser judío, cierta forma de ser hombre más bien, en la que se respetaba las creencias de los demás, una cierta indiferencia amistosa hacia las trasgresiones alimenticias, por ejemplo, de los que decidían, como los otros, ejercitar su libertad, no había fronteras muy delimitadas entre creyentes y no creyentes, no había distintivos externos, era una unidad, en respeto absoluto que permitía un acercamiento mucho mas complejo, es verdad, más tolerante y difícil, tal vez, pero que habría que rescatar, esa parte es la que desearía trasmitir a mis hijos además del amor a las tortitas y fichuelas, por supuesto. Hoy quedan batallas que se desarrollan en otros campos distintos a los de la memoria y la creación, como la grafía, la batalla de la K, por ejemplo, no creo en reavivar idiomas que la gente ya no habla, pero sí, en la necesidad de conocerlos porque forman parte de nuestro legado, y creo con firmeza que es ahí donde se puede iniciar una verdadera acción por parte de España, y del Cervantes, una Academia por ejemplo, con un vacío en el sillón de la K ¿por qué no?



Fuente: http://cvc.cervantes.es/artes/sefarad/cartografia/tetuan.htm


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