AUTO DE FE EN LA PLAZA MAYOR (Bernardo J. García García)

Una recreación detallada del Auto-da-fé en la Plaza Mayor de Madrid en 1680,
 que muestra la imponente escenografía y la multitud de asistentes y condenados.
Para complementar la descripción histórica del evento,
la imagen fue generada por IA GEMINI.
El Auto de fe del 30 de junio de 1680, en la plaza Mayor de Madrid proporciona una de las imágenes más espectaculares de la España barroca, que se ha asociado con la visión negra de la decadencia hispánica. Asistió Carlos II en compañía de su reciente esposa, María Luisa de Orleans, y de la reina madre, Mariana de Austria, junto con la flor y nata de la sociedad madrileña.

El fallecimiento de don Juan José de Austria, hermano bastardo del rey, a mediados de septiembre de 1679, propició una nueva etapa en el largo reinado de Carlos II (1665-1700). El rey se apresuró a marchar a Toledo para levantar el destierro a su madre Mariana de Austria y se aceleraron los preparativos de las bodas reales con María Luisa de Orleans (1662-1689), de 17 años de edad, hija del duque Felipe de Orleans (hermano de Luis XIV de Francia). A esto contribuyó, aquel otoño, la llegada de la flota de Indias con más de 30 millones de ducados. Las bodas con Francia eran consecuencia de la aplicación de la paz de Nimega de 1678. La diplomacia francesa quería aprovechar su victoria para tratar de influir, en el seno de la propia corte, sobre la política exterior de la Monarquía española. Firmadas las capitulaciones matrimoniales el 9 de julio en París y obtenida la dispensa de parentesco por la Santa Sede, la boda se celebró por poderes, como era habitual, en Fontainebleau el 31 de agosto y fue ratificada el 19 de noviembre ante el patriarca de la Indias en Quintanapalla (Burgos). La primera entrada pública del matrimonio regio en Burgos tuvo lugar al día siguiente. Tras la llegada a Madrid, el 2 de diciembre, la entrada solemne de la reina en la capital se retrasó hasta el 13 de enero de 1680.

.Para hacer frente a la grave crisis económica que vivían los reinos españoles y dirigir el gobierno, Carlos II nombró primer ministro, el 21 de febrero de 1680, a Juan Francisco Tomás de la Cerda y Enríquez de Rivera, VIII duque de Medinaceli. Se trataba de uno de los grandes de España más ricos y poderosos, que era presidente del Consejo de Indias (1679-1687) y pretendía liberar al rey de las responsabilidades de gobierno y restablecer la ley y el orden tras el período de cierto caudillismo propiciado por Juan José de Austria. Medinaceli reforzó su administración con la incorporación con la incorporación de nuevos funcionarios para impulsar una reforma comercial y colonial contraria a la penetración mercantil extranjera en Sevilla y Cádiz, y favorable al refuerzo de las defensas americanas. Más transcendentes fueron las severas medidas deflacionistas de su política monetaria, cuyos beneficios a largo plazo se consiguieron agravando aún más las consecuencias que las sucesivas epidemias de peste (1677-1684), la sequía (1682-1684), la langosta y otras catástrofes -como el terremoto de Málaga- causaron sobre la población.

Su finalidad era acabar con el desorden monetario existente, reducir la enorme cantidad de moneda de baja calidad y de moneda falsa que circulaba en Castilla, y frenar la inflación galopante de los precios y el alza constante del llamado premio de la plata (para obtener 100 reales de plata debían pagarse 275 en moneda corriente). Medinaceli aplicó una devaluación rebajando a la cuarta parte el valor nominal de la moneda ligada al cobre y plata, y lo mismo la moneda de vellón fabricada a imitación de la legítima. Se legalizaba así el curso de gran cantidad de moneda falsa, pero reconociéndose sólo la octava parte de su valor, y se fijaba el premio de la plata en un 50 por ciento. Para regular los precios se publicaron a fines de ese mismo año de 1680  tasas de productos y servicios en las principales ciudades. Estas medidas beneficiaron a quienes contaban con rentas y sueldos fijos, o atesoraban metales preciosos, pero la mayoría de la población fue perjudicada, porque sólo poseía moneda devaluada.

En este contexto y casi como si se tratara de un ritual propiciatorio, tuvo lugar el Auto general de fe celebrado en la Plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680. Ceremonias de esta envergadura fueron bastante excepcionales en este mismo escenario madrileño. El 4 de julio de 1632 asistió Felipe IV, junto con la reina Isabel de Borbón, el infante don Carlos y el conde-duque de Olivares, al auto general de fe que se había preparado contra un importante conjunto de judaizantes portugueses. Siguieron con el advenimiento de los Borbones, aunque en 1701, Felipe V rehusaría presenciar el auto general de fe que se había organizado entre los actos de celebración de su llegada al trono español, según explica Juan Antonio Llorente en su «Historia crítica de la Inquisición en España», pero ésta no sería la norma durante el resto de su reinado, ya que a partir de 1720 se inició una nueva oleada de represión inquisitorial.

Los cronistas del acontecimiento

Conocemos con todo detalle las circunstancias del Auto de fe del reinado de Carlos II gracias a la Relación escrita por Joseph del Olmo y publicada en Madrid a fines de ese mismo año de 1680. Su autor desempeñaba los cargos de furriel del rey, maestro de obras del Palacio del Buen Retiro y maestro mayor de la Villa de Madrid y, como alcaide y familiar del Santo Oficio de la Inquisición, se encargó de diseñar la traza y levantar todo el escenario donde de tendría lugar el acto, en la Plaza Mayor de Madrid. Esta relación contiene al final un grabado esquemático explicativo de cómo se disponían las autoridades, los asistentes y los condenados en este escenario, que reproducimos en las páginas desplegables. No obstante, la imagen más completa y detallista de esta ceremonia es la que nos ofrece el espectacular lienzo pintado por Francisco Rizzio Ricci y que se conserva en el Museo de Prado y que fue realizado en 1683 para adorno del Palacio del Buen Retiro. 

La precisión histórica con que está ejecutado este cuadro puede comprobarse
siguiendo las explicaciones de la Relación de Joseph del Olmo.

Según cuenta el relator, desde el principio de su reinado, Carlos II había mostrado su deseo de asistir personalmente a la celebración de un auto general de fe, por ello el inquisidor general Diego Sarmiento de Valladares, aprovechando que había muchos reos en distintos tribunales inquisitoriales con sus causas ya concluidas o a punto de serlo y, sobre todo, por la persecución de los judeoconversos mallorquines (chuetas) y de otros judaizantes en Castilla, le ofreció la posibilidad de que se publicase este auto general en Toledo. El rey aceptó la idea, pero impuso que el lugar fuese Madrid, como demostración del celo de la Corona en la defensa de la fe. Se determinó que se haría el 30 de junio, festividad de San Pablo, «para que en él se celebrase también este gran triunfo de la fe católica y vencimiento de la obstinación judaica», en palabras de Olmo. Enseguida, se ofreció al duque de Medinaceli el honor de portar el estandarte del Santo Oficio en la llamada Procesión de la Cruz Verde.

Preparativos, pregones e indulgencias

Para organizar este acontecimiento tan relevante en el que participaría la Corte y estaría representados los consejos y las autoridades civiles y eclesiásticas de la capital, se nombraron ocho comisiones: para la fabrica del teatro (tablado del escenario en la Plaza Mayor de Madrid); para prevenir los estándares procesionales y las arquillas de las sentencias; para preparar a los familiares del Santo Oficio que el día del auto a caballo y con varas de justicia debían acompañar al Consejo de la Suprema Inquisición y disponer el dosel, las sillas y los bufetillos nuevos necesarios en esta ceremonia; para publicar el auto y organizar las colgaduras, asientos y adornos del teatro, las procesiones de la Cruz Verde y de la Cruz Blanca, las guardias del recinto y del quemadero, y ajusticiamiento de los reos; para agilizar el despacho de las causas de fe, formando y corrigiendo las sentencias, alojando y vistiendo a los reos con los hábitos penitenciales, confeccionando las estatuas de los condenados en efigie; para disponer del manual para las abjuraciones y absoluciones de los reos; y también para prevenir el refresco necesario para los asistentes y oficiales en una larga ceremonia que llevaría casi todo el día.

Se envió orden a los distintos tribunales inquisitoriales para que remitiesen a la Corte a todos aquellos reos cuyas sentencias se hallaban listas para su ejecución: «salíamos a recibir los ministros de este santo tribunal en coches y con armas para que pudiesen entrar los reos más recatadamente, y sin ser vistos, ni reconocidos del pueblo, portándose con la circunspección, secreto y prudencia que estilan los ministros del Santo Oficio». Y se invitó a acudir al Auto a los miembros de los tribunales de la Inquisición de Toledo y Valladolid, y a los miembros de las ciudades de Ávila, Segovia y otros lugares cercanos a la Corte.

El jueves 30 de mayo, día de San Fernando, a las tres de la tarde se colocó en el balcón situado sobre la puerta de la habitación del inquisidor general el estandarte bordado en oro del Santo Oficio, adornando toda la fachada con colgaduras de damasco carmesí, y anunciando este acto de la publicación del Auto general de fe con clarines y timbales. Entre las cinco y las seis de la tarde se congregaron frente a las casas del inquisidor general hasta 150 personas, entre familiares del Santo Oficio, comisarios y notarios de la Corte para pregonar por las principales calles y plazas de Madrid el día de celebración del auto: «Sepan todos los vecinos y moradores de esta villa de Madrid, corte de S. M., estantes y habitantes en ella, como el Santo Oficio de la Inquisición de la cuidad y reino de Toledo, celebraba auto público de la fe en la plaza mayor de la corte, el domingo treinta de junio de este presente año, y que se les conceden las gracias e indulgencias por los sumos pontífices, dadas a todos los que acompañaren y ayudaren a dicho auto. Mándase publicar para que venga a noticia de todos». Al paso de los pregoneros, la gente profería exclamaciones de este tenor: «¡Viva la fe de Cristo!».

Se formó a fines de junio la llamada Compañía de los Soldados de la Fe, integrada por unos 250 hombres, encargada de custodiar los lugares de celebración del auto, reforzar la vigilancia de los 118 reos y dar lustre marcial a las procesiones del auto. El 28 de junio, esta compañía alojada en el Tribunal de Corte (Palacio de Santa Cruz), recoge en la Puerta de Alcalá una gran cantidad de haces de leña, y se dirige ante el rey para llevar uno de estos haces en su nombre, que «fuese el primero que se echase al fuego» del quemadero en el momento de la ejecución de los condenados a la hoguera. Después depositaban toda la leña en el quemadero público instalado a casi 100 metros de la Puerta de Fuencarral (actual Glorieta de Bilbao). El día del auto, 30 de junio, a las cinco de la mañana acompañan a los reos a la Plaza Mayor y al finalizar la ceremonia los entregan al brazo secular (justicia civil) para la ejecución de penas...

Antes de celebrarse el auto de fe, salen de procesión la Cruz Verde y la Cruz Blanca, la primera  con destino a la Plaza Mayor y la segunda hacia el quemadero.

Reunidos los reos, se les notifica la sentencia y se les adjudican dos religiosos a cada uno para asistirles y procurar su abjuración. A las tres de la mañana, recibieron los vestidos penitenciales confeccionados por el tribunal y a las cinco habían desayunado. Joseph del Olmo, como alcaide del Santo Oficio, tenía la lista de los reos con el orden en que debían salir en procesión y colocarse en el escenario. Los retrasos en las audiencias de algunos reos determinaron que la procesión se retrasara hasta la siete de la mañana. Iban en ella los Soldados de la Fe, la Cruz Verde de la parroquia de San Martín vestida con velo negro, doce sacerdotes con sobrepellices y 120 reos acompañados cada uno por dos ministros, uno a cada lado (Del Olmo habla de 120 reos, pero debe haber un error, pues en su relación nominal sólo aparecen 118).

Los 34 primeros eran condenados a relajar (pena de muerte) en estatua (muertos o fugitivos) hechas de sus figuras de papel y cartón, por ello llevaban corozas pintadas con llamas (32) y sambenitos (2), portando algunas unas arquillas con sus huesos y todas ellas con sus nombres escritos en rótulos de papel en el pecho. De los reos que salieron en persona con velas amarillas apagadas en las manos, había 11 con abjuración de levi (bígamos y embusteros que llevaban corozas y algunos con sogas a la garganta, con tantos nudos como centenares de azotes debían recibir); 54 eran reos judaizantes reconciliados (vestidos con sambenitos de media aspa o aspa entera); 21 condenados a relajar (equipados con coroza y capotillos de llamas y los pertinaces con dragones entre las llamas, 12 de los cuales aparecían atados de manos y amordazados para que no profiriesen blasfemias o respondiesen a los insultos del gentío que les hostigaba).

Esta procesión de los reos salió de las cárceles del Tribunal de Corte (Plaza de Santa Cruz), pasó por las casas del inquisidor general, bajando por la calle de enfrente prosiguió a mano derecha a la plazuela de la Encarnación. Desde allí recorrió las principales plazas y calles del Madrid de los Austrias hasta entrar en la Plaza Mayor. Una vez allí, subieron al teatro del Auto por las escaleras de la derecha, recorrieron el tablado por el corredor exterior, y pasaron junto al altar y por delante de los reyes antes de tomar asiento en las gradas de los reos. Después, se colocaron en las gradas opuestas el inquisidor general, con sus diáconos y los miembros de los consejeros. Vestido de pontifical, el inquisidor general desciende hasta el balcón del rey para tomarle juramento a él y al pueblo.

Una vez iniciada la misa y pronunciado el sermón, se dio comienzo a la parte más larga de la ceremonia, la lectura de las causas y las sentencias, llevando a cada reo o a su estatua, por orden, a las jaulas situadas en el centro del teatro. La relación de Del Olmo contiene una lista completa de los condenados con su nombre, origen, edad, oficio, vestimenta penitencial y delitos cometidos, así como la pena a la que había sido condenado.

A las cuatro de la tarde, concluyó la lectura de las sentencias de los condenados a muerte, e inmediatamente los 19 reos que debían ser ejecutados fueron conducidos por la calle de Boteros, calle Mayor, plaza de las Descalzas y de San Martín, hasta la calle de San Bernardo para ir directamente hasta el quemadero de la Puerta de Fuencarral (vuelve a parecer la discrepancia: Del Olmo menciona la cifra de 21 condenados y sólo ofrece 19 nombres).

Mientras tanto, en la Plaza Mayor, continuó la lectura de las demás causas, hasta concluir a las nueve de la noche. Comenzaron después las abjuraciones ante el altar (que podían ser de levi por sospecha leve de herejía, de vehementi por sospecha grave, y en forma para convictos y confesos de herejía). Tras la absolución, se hizo una salva de honor por la Compañía de los Soldados de la Fe y prosiguió con música la celebración de la misa con la lectura del Evangelio, encendiendo sus velas los reconciliados.

A las nueve y media de la noche, concluyó la misa y con ella el Auto de fe. Carlos II estuvo presente en el balcón real desde que se situó en él a las ocho de la mañana hasta su finalización. Los reos penitenciados fueron conducidos de nuevo a las cárceles del Tribunal de Corte.

La piadosa prudencia inquisitorial

 La ejecución de las sentencias de muerte correspondía a la justicia civil (de ahí el término relajado). Así describe Del Olmo esta terrible consecuencia del Auto: «Había el tribunal, muy con tiempo, avisado a los jueces seculares que previniesen en el brasero hasta veinte palos y argollas para poder dar garrote, y atando en ellos como se acostumbra a los reos aplicarles el fuego, sin necesidad del horror y violencia de otras más impropias y sangrientas ejecuciones, y juntamente que hubiese prevenidos bastantes ejecutores de la justicia para más breve despacho de los suplicios. La piadosa prudencia del santo tribunal, mientras los reos están en su poder, obliga a que se observe de tal manera la moderación, que nadie exceda ni falte a la precisión y observancia de los cánones sagrados, pero en entregando los reos a los magistrados públicos, corre por cuenta ajena este cuidado». El brasero levantado a tal efecto era de 3600 pies cuadrados (282 metros cuadrados) y de 7 pies de alto (1,96 metros), se subía a él por una escalera y era lo bastante ancho para poder ejecutar a todos los condenados a la vez, permitiendo que los ministros y religiosos les asistiesen sin dificultad.

 El gentío congregado para contemplar la ejecución complicó la labor de los soldados que custodiaban en conjunto. «Fuéronse ejecutando los suplicios, dando primero garrote a los reducidos (arrepentidos) y luego aplicando el fuego a los pertinaces, que fueron quemados vivos con no pocas señas de impaciencia, despecho y desesperación. Y echando todos los cadáveres en el fuego, los verdugos le fomentaron con la leña hasta acabarlos de convertir en ceniza, que sería como a las nueve de la mañana». Al acabar, la compañía de los Soldados de la Fe sacó en procesión la Cruz Blanca hasta la parroquia de San Miguel, donde se celebró un responso por los ajusticiados convertidos.

El 3 de julio a las once de la mañana se ejecutaron en los demás penitenciados las condenas de azotes y vergüenza pública. Concluyeron los actos relacionados con este Auto general de fe, llevando en procesión la Cruz Verde desde el Colegio de Santo Tomás hasta el convento de Santo Domingo el Real ese mismo día y con la disolución de la compañía de los Soldados de la Fe, al día siguiente, 4 de julio. En este convento tuvo lugar el 28 de octubre de 1680 un auto particular de fe (llamado habitualmente autillo, por que sólo concurre el Santo Oficio) contra 15 reos judaizantes reconciliados y un veneciano condenado por hereje. Joseph del Olmo incluye al final de su Relación una descripción de este otro auto.

El balance del Auto general de 1680 informa de que 104 reos fueron condenados por judaizantes y procedían sobre todo de Portugal, pero también de Málaga, Zamora y Pastrana; muchos de ellos constituían grupos familiares enteros. Hubo además 1 mahometano, 2 herejes y 11 reos por delitos menores. Sus edades comprendían desde los 14 años de la mujer más joven hasta los 70 años de una anciana portuguesa. Se observará que los judeoconversos fueron la principal preocupación de los tribunales inquisitoriales en la segunda mitad del siglo XVIII, pero la intensidad de estas persecuciones prácticamente se extinguió después de este auto de 1680. A partir de entonces, se redujo en general el número de los condenados.

El Auto de fe de 1632 en la Plaza Mayor

El 4 de julio de 1632 se celebró en la Plaza Mayor de Madrid un Auto general de fe, cuyo  ceremonial y disposición guarda muchas similitudes  con el que tendría lugar en este mismo escenario en 1680. El motivo principal de este auto era un caso ramificado de judaizantes declarados culpables de golpear ritualmente una imagen de Jesucristo, que, según se decía, sangró y sollozó preguntando a sus torturadores por qué le maltrataban (llegaría a ser conocida como el Cristo de Palencia). Fueron detenidos en septiembre de 1630 e implicaron a otros. En total se condenó a cuarenta personas y veinticuatro de ellas recibieron castigos por crímenes distintos al de judaizar. En esta ocasión, el brasero se instaló a las afueras de la Puerta de Alcalá y se ejecutó en él a siete condenados. Pese al importante número de judeoconversos procesados, este auto no formó parte de una persecución más generalizada contra esta minoría, que gozaba de gran predicamento en la corte, gracias al apoyo que le brindaba el conde-duque de Olivares, por su colaboración en la financiación de la política de la Monarquía.

Condenados en la Plaza Mayor de Madrid, 1680

A las tres de la mañana del día 30 de junio, los 84 reos en persona (35 mujeres) recluidos en las cárceles del Tribunal de Corte se vistieron con los hábitos penitenciales acordes a su sentencia: coroza con insignia (de hipócrita y embustero, de hechicería supersticiosa, de sacerdote casado, de casada dos o tres veces y de condenado a relajación), sambenitos (de media aspa o de aspa entera, con llamas o con mascarones de demonios), y algunos iban amordazados con las manos atadas. También se prepararon las 34 estatuas de los condenados difuntos o fugitivos (12 mujeres), y las 10 cajas para los huesos de los fallecidos (4 mujeres).

Finalizado su desayuno a las cinco de la mañana, esperaron hasta las siete para salir en la procesión del Auto de fe. Tras recorrer las principales calles y plazas de la villa, entraron en la Plaza Mayor y fueron colocados en el graderío de los reos situado a la izquierda del balcón real. Después de leerles las sentencias a los condenados a muerte (relajación al brazo secular) entre las doce del medio día y las cuatro de la tarde, se los llevaron al quemadero instalado a las afueras de la Puerta de Fuencarral. Eran en total 51 reos relajados al brazo secular (17 mujeres), 22 fugitivos relajados en estatua (7 mujeres), 2 difuntos relajados en estatua (1 mujer), 8 difuntos cuyos huesos fueron quemados (3 mujeres), 12 ejecutados a garrote y quemados después, por haber sido reducidos por los religiosos que los asistían (4 mujeres) y 7 quemados vivos por pertinaces (2 mujeres).

En la plaza mayor, prosiguió la lectura de las demás causas y sentencias hasta las nueve de la noche. Después de las abjuraciones (10 de levi y 1 de vehementi) y la absolución de los 56 reos reconciliados (26 mujeres), 2 de los cuales lo fueron en estatua, se retomó la misa solemne  con la lectura del Evangelio, hasta su conclusión a las nueve y media de la noche.

Agrupados por edades los 118 reos del Auto de 1680, se comprueba que 46 de ellos estaban comprendidos entre los 13 y 30 años, 36 entre los 31 y 50 años, y 12 entre los 51 y 76 años. Se carece de referencias de edad sobre otros 24 reos, en su mayoría huidos o fallecidos antes del Auto.

Además de las penas de relajación, se dictaron estas otras penas para los reos reconciliados y para los que abjuraron: de cárcel por 2 meses (1 reo), 4 meses (1 reo), 6 meses (13 reos), 1 año (10 reos), 2 años (3 reos), 3 años (1 reo), 6 años (1 reo), o perpetua irremisible (21 reos); destierros por 1 año (13 reos), 2 años (11 reos), 4 años (2 reos), 5 años (3 reos), 6 años (2 reos), 8 años (1 reo), 10 años (2 reos), y generales (1 reo), los más largos conllevaron una condena a remar en galeras sin sueldo los cinco primeros años; 200 azotes (6 reos); inhabilitación (2 reos); confiscación de bienes sobre todos los reos reconciliados y relajados (pero la mayoría no poseía bienes); vergüenza pública (1 reo); adoctrinamiento con un calificador de la inquisición (5 reos); y prohibición de ir a los puertos y 20 leguas alrededor (12 reos).

El escenario del Auto de fe de 1680

 El escenario se levantó en madera en la Plaza Mayor, entre los días 23 y 28 de junio. Fue diseñado por el maestro mayor del Buen Retiro y de la Villa de Madrid, Joseph del Olmo, bajo la supervisión del comisario inquisitorial Fernando de Villegas. Antes de construirlo se inspeccionaron las casas y cuevas que había de soportar el enorme peso de esta arquitectura efímera. El lugar de la Plaza Mayor escogido abarca el ángulo comprendido entre la esquina de la calle Toledo y la calle Nueva (actual calle de Ciudad Rodrigo, que desemboca en Mayor) hacia la Puerta de Guadalajara. (ver cuadro de arriba) 

La planta del teatro (tablado) medía 196 pies de largo (54,88 metros) y 100 de ancho (28 metros), formando un rectángulo de 1536 metros cuadrados de superficie. Tenía 13 pies (3,64 metros) desde el piso de la plaza a su primer suelo. Se accedía a él por dos escaleras de diez gradas hasta un rellano y otro tramo de diez gradas más; la que estaba al norte desembocaba en la superficie del tablado a la izquierda del rey y, por la opuesta, accedían los consejos situados a mano derecha del rey. (ver cuadro de arriba)

Se hicieron tres corredores. El primero separado de la pared de las casas del conde de Barajas, donde los reyes presenciaban el Auto, tenía 14 pies de ancho (3,92 metros) y 50 pies de largo (14 metros), y servía para pasar la procesión de los reos por delante de los reyes, «para que mejor los pudiesen ver». El segundo corredor se formó de una longitud semejante, en el que se colocó un tarimón orientado hacia el Este en el medio con dos jaulas de verjas de 56 centímetros de lado y 98 de alto, con sus portezuelas, para que los reos oyesen en ellas sus causas y sentencias. Frente a estas dos jaulas se instalaron dos cátedras para que sucesivamente diez religiosos dominicos y jerónimos leyesen causas y sentencias. Entre las dos cátedras y jaulas, había bancos para los secretarios, abogados de presos, relatores y otros ministros, y delante de ellos dos bufetillos, adornados con tapetes morados, con las dos arquillas que contenían los documentos de las causas y las sentencias. El tercer corredor coronaba la parte exterior del teatro, aquí se instalaron gradas para las familias de los inquisidores. (ver cuadro de arriba)

A la derecha del teatro -mirando desde el balcón- sobre ricas alfombras, se dispuso el altar con la Cruz Verde cubierta por un velo negro, el estandarte procesional bordado en oro y doce grandes candelabros de plata; junto a éstos estaba emplazado el púlpito del predicador. Se levantó una grada que iba desde el suelo del tablado hasta unos 70 centímetros por debajo de los balcones del segundo piso de la Plaza. En estas gradas se sentaban los miembros del Consejo de la Inquisición, y de los demás Consejos (Castilla, Aragón, Flandes, Italia e Indias), y en lo alto se colocó el solio y el dosel del inquisidor general (adornado con el escudo real y el del Santo Oficio), y con dos bufetes a los lados para las vestiduras pontificales (derecha) y para los ornamentos de los capellanes de honor (izquierda). Se hicieron arriba del graderío unas escaleras interiores para que los miembros de los consejos situados en esta parte del tablado pudiesen bajar a las habitaciones del primer cuarto a tomar algún refrigerio. Enfrente de estas gradas y a la izquierda del teatro, se construyó otro graderío de semejantes proporciones y accesos, donde se colocaron los reos, los religiosos que los asistían y los familiares del Santo Oficio que los custodiaban. En un banco junto al corredor central, estaban sentados los alcaides (lugar de Joseph del Olmo) y en otro banco, detrás de ellos, los tenientes de la Villa de Madrid. (ver cuadro de arriba)

Debajo del tablado y gradas de los consejeros, había ocho apartamentos; tres de ellos servían como cárceles y lugares de audiencia para los reos, otros tres eran habitaciones para comer y descansar; el séptimo, un retiro separado para el predicador hasta la hora  del sermón y  el octavo, para el sacerdote oficiante, ya que todo el acto quedaba comprendido en una misa que comenzaba con el Auto y lo cerraba. El refrigerio preparado para los asistentes consistía en abundantes bizcochos, chocolate, dulces y otras bebidas. Debajo de las gradas y el tablado de los reos, había otras cuatro habitaciones para dar de comer y descansar a los ministros de esta parte del escenario, y para atender a los accidentes que les sobreviniesen a los reos (desmayos, caídas...). (ver cuadro de arriba)

Para resguardarse del sol, se extendían unos toldos mediante perchas colocadas sobre 26 pilastras y cuerdas fijadas en los balcones más altos. Junto al tablado se formó una plaza con un vallado de madera, en ella se colocaron los soldados de la fe para facilitar un acceso más cómodo de las procesiones y el acompañamiento de los asistentes al acto. Desde ella se formó una calle de 26 pies de ancho (7,28 metros) hasta la bocacalle de los Boteros con vallas de 4,5 pies de alto (1,26 metros), para contener al público. (ver cuadro de arriba)

Junto al balcón de los reyes (que era el número 29 del primer piso en este lateral de la Plaza Mayor), se abrió una puerta para acceder a las escaleras que daban al tablado. Se doró el balcón real y se rompieron algunos tabiques para comunicar el cuarto del rey con los balcones de las damas de palacio. Asimismo, se colgó un dosel a media altura del balcón del segundo piso. La obra en general fue costeada por la Villa de Madrid, a excepción del balcón real, que corrió a cargo del soberano, y del adorno del teatro, que aportó el Tribunal de la Inquisición. (ver cuadro de arriba)

El repartimiento de los balcones de la Plaza estaba hecho de modo que en la mayor proximidad de los reyes se situaran sus gentiles hombres y damas, así como los nobles y eclesiásticos de mayor rango; disminuyendo la importancia, alcurnia o riqueza de los invitados conforme se alejaban del balcón real. (ver cuadro de arriba)



 
Copiado literalmente de la revista La Aventura de la Historia nº 20
Bernardo J. García García
Profesor asociado. Universidad Complutense de Madrid

Bibliografía
Lea, H. C.: «Historia de la inquisición española» Madrid, Fundación Universidad Española 1983
Maura Gamazo, G.: «Vida y reinado de Carlos II» Madrid, Aguilar 1990
Del Olmo, J.: «Relación del Auto General de la Fe que se celebró en Madrid en Presencia de SS.MM. el día 30 de junio de 1680» Siglo XXI, Colección Clásico Tavera, Historia de España, Serie III, vol. 8, 1998 (hay una edición de CD-ROM del autor del artículo. Supongo que puedes  contactar con él tanto a través de la página de la revista como, lo más fácil, la página de la Universidad Complutense de Madrid).
Vegazo Palacios, J. M.: «El autor general de fe de 1680» Málaga, Algazara, 1995
Yerushalmi, Y. H.: «De la corte española al gueto italiano. Marranismo y judaísmo en la España del XVII. El caso de Isaac Cardoso» Madrid, Turner 1989

 





Fuente: https://web.archive.org/web/20090207224236/http://club.telepolis.com/pastranec/interesantes/autofe.htm


_______________________________________SoySefardi.org /    Facebook /    Twitter /   YouTube Canal  / Web SoySefardi.org  /    Buscador Web /    Email_______________________________________

AUTO-DA-FÉ IN THE PLAZA MAYOR (Bernardo J. García García)

"A detailed recreation of the Auto-da-fé in Madrid's Plaza Mayor in 1680,
showcasing the imposing staging and the multitude of attendees and
condemned.To complement the historical description of the event,
the image was generated by IA GEMINI."
The auto-da-fé of June 30, 1680, in Madrid's Plaza Mayor, provides one of the most spectacular images of Baroque Spain, which has become associated with the "Black Legend" of Hispanic decline. Charles II attended in the company of his recent wife, Maria Luisa of Orléans, and the Queen Mother, Mariana of Austria, along with the cream of Madrid society.

The death of Don Juan José de Austria, the king's illegitimate brother, in mid-September 1679, ushered in a new era in the long reign of Charles II (1665-1700). The king hurried to Toledo to lift his mother Mariana of Austria's exile, and preparations for the royal wedding to Maria Luisa of Orléans (1662-1689), then 17 years old and the daughter of Duke Philip of Orléans (brother of Louis XIV of France), were accelerated. The arrival of the Indies fleet that autumn with over 30 million ducats also contributed to this. The marriage with France was a result of the application of the Peace of Nijmegen of 1678. French diplomacy sought to use its victory to influence the Spanish monarchy's foreign policy from within the court itself. After the marriage articles were signed in Paris on July 9 and the Holy See granted a dispensation for their kinship, the wedding was celebrated by proxy, as was customary, in Fontainebleau on August 31, and was ratified on November 19 before the Patriarch of the Indies in Quintanapalla (Burgos). The royal couple's first public entry into Burgos took place the next day. After arriving in Madrid on December 2, the queen's solemn entry into the capital was delayed until January 13, 1680.

To address the severe economic crisis plaguing the Spanish kingdoms and to lead the government, Charles II appointed Juan Francisco Tomás de la Cerda y Enríquez de Rivera, the 8th Duke of Medinaceli, as prime minister on February 21, 1680. He was one of Spain's wealthiest and most powerful grandees, serving as president of the Council of the Indies (1679-1687). He intended to free the king from governmental responsibilities and restore law and order after the period of a certain "caudillismo" (strongman rule) fostered by Juan José de Austria. Medinaceli strengthened his administration by bringing in new officials to promote a commercial and colonial reform that opposed foreign mercantile penetration in Seville and Cádiz and favored reinforcing American defenses. More significant were the severe deflationary measures of his monetary policy, whose long-term benefits were achieved by further aggravating the consequences of successive plague epidemics (1677-1684), drought (1682-1684), locusts, and other catastrophes—such as the Málaga earthquake—on the population.

His goal was to end the existing monetary chaos, reduce the enormous amount of low-quality and counterfeit currency circulating in Castile, and curb rampant inflation and the constant rise in the so-called "silver premium" (to obtain 100 silver reales, 275 had to be paid in current currency). Medinaceli applied a devaluation, reducing the nominal value of copper and silver-linked currency to one-quarter and doing the same for vellón currency fabricated in imitation of the legitimate one. This legalized the circulation of a large amount of counterfeit money but recognized only one-eighth of its value, and the silver premium was set at 50 percent. To regulate prices, product and service rates were published in the main cities at the end of 1680. These measures benefited those with fixed incomes and salaries, or who hoarded precious metals, but the majority of the population was harmed because they only possessed devalued currency.

In this context, and almost as if it were a propitiatory ritual, the General Auto-da-fé took place in the Plaza Mayor of Madrid on June 30, 1680. Ceremonies of this magnitude were quite exceptional in this same Madrid setting. On July 4, 1632, Philip IV, along with Queen Isabel of Bourbon, Infante Don Carlos, and the Count-Duke of Olivares, attended the general auto-da-fé that had been prepared against a significant group of Portuguese Judaizers. They continued with the advent of the Bourbons, although in 1701, Philip V would refuse to witness the general auto-da-fé that had been organized among the celebrations of his arrival on the Spanish throne, as explained by Juan Antonio Llorente in his Critical History of the Inquisition in Spain. However, this would not be the norm for the rest of his reign, as a new wave of inquisitorial repression began in 1720.

The Chroniclers of the Event
We know the circumstances of the auto-da-fé during Charles II's reign in great detail thanks to the Relación written by Joseph del Olmo and published in Madrid at the end of 1680. Its author held the positions of king's quartermaster, master of works for the Buen Retiro Palace, and master major of the Villa de Madrid. As the warden and a lay member of the Holy Office of the Inquisition, he was in charge of designing the layout and building the entire stage where the event would take place in the Plaza Mayor of Madrid. This account includes at the end an explanatory schematic engraving of how the authorities, attendees, and condemned were arranged on this stage, which we reproduce on the fold-out pages. However, the most complete and detailed image of this ceremony is the one offered by the spectacular painting by Francisco Rizzio Ricci, which is preserved in the Prado Museum and was created in 1683 to decorate the Buen Retiro Palace.

"The historical precision with which this painting was executed can be
verified by following the explanations in Joseph del Olmo's Relación."

According to the chronicler, from the beginning of his reign, Charles II had shown his desire to personally attend a general auto-da-fé. Therefore, the inquisitor general Diego Sarmiento de Valladares, taking advantage of the fact that there were many prisoners in different inquisitorial tribunals whose cases were already concluded or about to be, and especially because of the persecution of the Mallorcan Jewish converts (chuetas) and other Judaizers in Castile, offered him the possibility of holding this general auto in Toledo. The king accepted the idea but insisted that the location be Madrid, as a demonstration of the Crown's zeal in defending the faith. It was decided that it would be held on June 30, the feast day of Saint Paul, "so that in it could also be celebrated this great triumph of the Catholic faith and the overcoming of Jewish obstinacy," in Olmo's words. Immediately, the Duke of Medinaceli was offered the honor of carrying the banner of the Holy Office in the so-called Green Cross Procession.

Preparations, Proclamations, and Indulgences
To organize this significant event, in which the Court would participate and the councils and civil and ecclesiastical authorities of the capital would be represented, eight commissions were appointed:

for the construction of the theater (the stage platform in the Plaza Mayor of Madrid)

for preparing the processional standards and the small chests for the sentences

for preparing the lay members of the Holy Office who, on the day of the auto, on horseback and with staffs of justice, were to accompany the Council of the Supreme Inquisition and arrange the canopy, chairs, and new small tables needed for this ceremony

for proclaiming the auto and organizing the hangings, seats, and decorations of the theater, the processions of the Green Cross and the White Cross, the guards for the enclosure and the quemadero (burning place), and the execution of the prisoners

for speeding up the dispatch of the cases of faith, forming and correcting the sentences, housing and dressing the prisoners in their penitential garments, and making the statues of those condemned in effigy

for preparing the manual for the abjurations and absolutions of the prisoners

and also for providing the necessary refreshments for the attendees and officials during a long ceremony that would take almost the entire day.

An order was sent to the different inquisitorial tribunals to send to the Court all those prisoners whose sentences were ready for execution: "the ministers of this holy tribunal went out to receive them in carriages and with weapons so that the prisoners could enter more discreetly, without being seen or recognized by the people, behaving with the circumspection, secrecy, and prudence that the ministers of the Holy Office are accustomed to." The members of the Inquisition tribunals of Toledo and Valladolid, and those from the cities of Ávila, Segovia, and other nearby places, were invited to attend the Auto.

On Thursday, May 30, the feast of San Fernando, at three in the afternoon, the gold-embroidered banner of the Holy Office was placed on the balcony above the door of the inquisitor general's room, decorating the entire facade with crimson damask hangings and announcing this public act of the general auto-da-fé with clarions and timpani. Between five and six in the afternoon, up to 150 people gathered in front of the inquisitor general's houses, including lay members of the Holy Office, commissioners, and notaries of the Court, to proclaim the day of the auto's celebration through the main streets and squares of Madrid: "Let all residents and inhabitants of this town of Madrid, the court of His Majesty, know that the Holy Office of the Inquisition of the city and kingdom of Toledo will celebrate a public auto-da-fé in the main square of the court on Sunday, June thirtieth of this current year, and that the graces and indulgences granted by the supreme pontiffs are given to all who accompany and assist in said auto. It is commanded to be published so that it may come to the notice of all." As the town criers passed, people would shout exclamations like: "Long live the faith of Christ!"

At the end of June, the so-called Company of the Soldiers of the Faith was formed, comprising about 250 men, tasked with guarding the locations of the auto, reinforcing the surveillance of the 118 prisoners, and adding a martial luster to the auto's processions. On June 28, this company, housed in the Court Tribunal (Palacio de Santa Cruz), collected a large quantity of firewood bundles at the Puerta de Alcalá, and went before the king to carry one of these bundles in his name, which "would be the first to be thrown into the fire" of the quemadero at the time of the execution of those condemned to the stake. They then deposited all the wood in the public quemadero installed nearly 100 meters from the Puerta de Fuencarral (current Glorieta de Bilbao). On the day of the auto, June 30, at five in the morning, they accompanied the prisoners to the Plaza Mayor and, at the end of the ceremony, handed them over to the secular arm (civil justice) for the execution of their sentences...

Between the Auto-da-fé and the Quemadero
Before the auto-da-fé began, the Green Cross and the White Cross went out in procession, the first heading for the Plaza Mayor and the second for the quemadero.

The prisoners were assembled, their sentences were read, and each was assigned two religious figures to assist them and encourage their abjuration. At three in the morning, they received the penitential garments made by the tribunal and had breakfast by five. Joseph del Olmo, as the warden of the Holy Office, had the list of the prisoners with the order in which they were to go out in procession and take their places on the stage. Delays in the hearings of some prisoners caused the procession to be delayed until seven in the morning. In it were the Soldiers of the Faith, the Green Cross from the parish of San Martín dressed with a black veil, twelve priests with surplices, and 120 prisoners, each accompanied by two ministers, one on each side (Del Olmo mentions 120 prisoners, but there must be an error, as his nominal list only shows 118).

The first 34 were condemned to be relaxed (the death penalty) in effigy (for being dead or fugitives), with their figures made of paper and cardboard. They therefore wore painted conical hats called corozas with flames (32) and sanbenitos (2), with some carrying small boxes with their bones and all of them with their names written on paper labels on their chests. Of the prisoners who appeared in person with unlit yellow candles in their hands, there were 11 with abjuration de levi (bigamists and liars who wore corozas and some with ropes around their necks, with as many knots as the hundreds of lashes they were to receive); 54 were reconciled Judaizer prisoners (dressed in sanbenitos with a half-cross or a full cross); 21 were condemned to be relaxed (equipped with a coroza and flame-patterned capes and the obstinate ones with dragons among the flames, 12 of whom appeared with their hands tied and gagged so that they could not utter blasphemies or respond to the insults of the crowd that harassed them).

This procession of prisoners left the prisons of the Court Tribunal (Plaza de Santa Cruz), passed by the houses of the inquisitor general, went down the street opposite, and continued to the right to the Plazuela de la Encarnación. From there, it went through the main squares and streets of the Madrid of the Austrias until it entered the Plaza Mayor. Once there, they ascended to the auto's stage via the stairs on the right, went along the outer corridor of the platform, and passed by the altar and in front of the king and queen before taking their seats on the prisoners' stands. Afterward, the inquisitor general, with his deacons and the members of the councils, took their places on the opposite stands. Dressed in pontifical vestments, the inquisitor general descended to the king's balcony to receive an oath from him and the people.

Once the mass began and the sermon was delivered, the longest part of the ceremony commenced: the reading of the cases and sentences, bringing each prisoner or their effigy, in order, to the cages located in the center of the stage. Del Olmo's account contains a complete list of the condemned with their name, origin, age, occupation, penitential garment, and crimes committed, as well as the punishment to which they had been sentenced.

At four in the afternoon, the reading of the sentences of those condemned to death concluded, and the 19 prisoners who were to be executed were immediately led down Calle de Boteros, Calle Mayor, Plaza de las Descalzas, and Plaza de San Martín, to Calle de San Bernardo to go directly to the quemadero at the Puerta de Fuencarral (the discrepancy appears again: Del Olmo mentions the figure of 21 condemned but only provides 19 names).

Meanwhile, in the Plaza Mayor, the reading of the other cases continued until nine at night. After the abjurations before the altar began (which could be de levi for light suspicion of heresy, de vehementi for grave suspicion, and in form for those convicted and confessed of heresy). After the absolution, a honor salute was given by the Company of the Soldiers of the Faith, and the celebration of the mass continued with music and the reading of the Gospel, with the reconciled lighting their candles.

At nine-thirty at night, the mass and with it the Auto-da-fé concluded. Charles II was present on the royal balcony from the time he took his place there at eight in the morning until its end. The penitent prisoners were led back to the prisons of the Court Tribunal.

Inquisitorial Pious Prudence

The execution of the death sentences was the responsibility of civil justice (hence the term relaxed). This is how Del Olmo describes this terrible consequence of the Auto: "The tribunal had, well in advance, advised the secular judges to prepare up to twenty poles and rings in the pyre to be able to give the garrote, and tying the prisoners to them as is customary, to apply the fire, without the need for the horror and violence of other more improper and bloody executions, and at the same time that they should have enough executioners of justice prepared for a quicker dispatch of the punishments. The pious prudence of the holy tribunal, while the prisoners are in its power, requires that moderation be observed in such a way that no one exceeds or fails to comply with the precision and observance of the sacred canons, but upon handing over the prisoners to the public magistrates, this care is on another's account." The pyre erected for this purpose was 3,600 square feet (282 square meters) and 7 feet high (1.96 meters). It was accessed by a staircase and was wide enough to execute all the condemned at once, allowing ministers and religious figures to assist them without difficulty.

The crowd gathered to watch the execution complicated the work of the soldiers guarding the event. "The punishments were carried out, first giving the garrote to the reduced (repentant) and then applying the fire to the obstinate, who were burned alive with not a few signs of impatience, spite, and desperation. And throwing all the corpses into the fire, the executioners fanned it with firewood until they were completely turned to ash, which would be around nine in the morning." At the end, the Company of the Soldiers of the Faith carried the White Cross in procession to the parish of San Miguel, where a response was held for the converted executed.

On July 3 at eleven in the morning, the sentences of lashes and public shame were carried out on the other penitents. The acts related to this General Auto-da-fé concluded with the Green Cross being taken in procession from the College of Santo Tomás to the convent of Santo Domingo el Real on that same day, and with the dissolution of the Company of the Soldiers of the Faith the next day, July 4. In this convent, a particular auto-da-fé (usually called an autillo, because only the Holy Office was present) took place on October 28, 1680, against 15 reconciled Judaizer prisoners and a Venetian condemned as a heretic. Joseph del Olmo includes a description of this other auto at the end of his Relación.

The balance of the General Auto-da-fé of 1680 reports that 104 prisoners were condemned as Judaizers and came mainly from Portugal, but also from Málaga, Zamora, and Pastrana; many of them constituted entire family groups. There was also 1 Muslim, 2 heretics, and 11 prisoners for minor offenses. Their ages ranged from 14 years for the youngest woman to 70 years for an elderly Portuguese woman. It can be observed that the Jewish converts were the main concern of the inquisitorial tribunals in the second half of the 18th century, but the intensity of these persecutions practically died out after this auto of 1680. From then on, the number of condemned people generally decreased.

The 1632 Auto-da-fé in the Plaza Mayor
On July 4, 1632, a General Auto-da-fé was held in Madrid's Plaza Mayor, whose ceremony and arrangement bear many similarities to the one that would take place in the same location in 1680. The main reason for this auto was a sprawling case of Judaizers found guilty of ritually beating an image of Jesus Christ, which, it was said, bled and sobbed, asking its torturers why they mistreated him (it would come to be known as the Christ of Palencia). They were arrested in September 1630 and implicated others. In total, forty people were condemned, and twenty-four of them received punishments for crimes other than Judaizing. On this occasion, the pyre was installed outside the Puerta de Alcalá, and seven condemned were executed there. Despite the significant number of Jewish converts prosecuted, this auto was not part of a more generalized persecution against this minority, which enjoyed great favor at court, thanks to the support given to them by the Count-Duke of Olivares for their collaboration in financing the Monarchy's policies.

Condemned in the Plaza Mayor of Madrid, 1680

At three in the morning on June 30, the 84 prisoners in person (35 women) held in the prisons of the Court Tribunal were dressed in the penitential garments according to their sentence: a coroza with an insignia (of a hypocrite and liar, of superstitious witchcraft, of a married priest, of a woman married two or three times, and of a person condemned to relaxation), sanbenitos (of a half-cross or a full cross, with flames or with demon masks), and some were gagged with their hands tied. The 34 statues of the condemned who were deceased or fugitives (12 women) were also prepared, as were the 10 boxes for the bones of the deceased (4 women).

After finishing their breakfast at five in the morning, they waited until seven to go out in the Auto-da-fé procession. After going through the main streets and squares of the town, they entered the Plaza Mayor and were placed on the prisoners' stands located to the left of the royal balcony. After their sentences were read to those condemned to death (relaxation to the secular arm) between noon and four in the afternoon, they were taken to the quemadero installed outside the Puerta de Fuencarral. In total, there were 51 prisoners relaxed to the secular arm (17 women), 22 fugitives relaxed in effigy (7 women), 2 deceased relaxed in effigy (1 woman), 8 deceased whose bones were burned (3 women), 12 executed by garrote and then burned, for having been "reduced" (repentant) by the religious figures who assisted them (4 women), and 7 burned alive for being obstinate (2 women).

In the Plaza Mayor, the reading of the other cases and sentences continued until nine at night. After the abjurations (10 de levi and 1 de vehementi) and the absolution of the 56 reconciled prisoners (26 women), 2 of whom were reconciled in effigy, the solemn mass resumed with the reading of the Gospel, until its conclusion at nine-thirty at night.

Grouped by age, the 118 prisoners from the 1680 Auto show that 46 of them were between 13 and 30 years old, 36 between 31 and 50 years old, and 12 between 51 and 76 years old. The age of another 24 prisoners is unknown, most of whom had fled or died before the Auto.

In addition to the penalties of relaxation, these other penalties were handed down for the reconciled prisoners and those who abjured: imprisonment for 2 months (1 prisoner), 4 months (1 prisoner), 6 months (13 prisoners), 1 year (10 prisoners), 2 years (3 prisoners), 3 years (1 prisoner), 6 years (1 prisoner), or perpetual and irremissible (21 prisoners); exile for 1 year (13 prisoners), 2 years (11 prisoners), 4 years (2 prisoners), 5 years (3 prisoners), 6 years (2 prisoners), 8 years (1 prisoner), 10 years (2 prisoners), and general (1 prisoner), the longest of which entailed a sentence of rowing in galleys without pay for the first five years; 200 lashes (6 prisoners); disqualification (2 prisoners); confiscation of assets for all reconciled and relaxed prisoners (but most did not possess assets); public shame (1 prisoner); indoctrination with an inquisitorial qualifier (5 prisoners); and a ban on going to ports and 20 leagues around (12 prisoners).

The Stage of the 1680 Auto-da-fé

The stage was built of wood in the Plaza Mayor between June 23 and 28. It was designed by the master major of the Buen Retiro and the Villa de Madrid, Joseph del Olmo, under the supervision of the inquisitorial commissioner Fernando de Villegas. Before building it, the houses and basements that would support the enormous weight of this ephemeral architecture were inspected. The chosen location in the Plaza Mayor encompassed the corner between Calle Toledo and Calle Nueva (current Calle de Ciudad Rodrigo, which leads into Calle Mayor) towards the Puerta de Guadalajara.

The theater's (platform's) floor measured 196 feet long (54.88 meters) and 100 feet wide (28 meters), forming a rectangle with a surface area of 1536 square meters. It was 13 feet (3.64 meters) from the plaza's ground to its first floor. It was accessed by two staircases of ten steps to a landing and another section of ten more steps; the one to the north led to the platform's surface to the left of the king and, by the opposite one, the councils located to the king's right accessed.

Three corridors were built. The first, separated from the wall of the houses of the Count of Barajas, where the monarchs watched the Auto, was 14 feet wide (3.92 meters) and 50 feet long (14 meters), and served for the procession of prisoners to pass in front of the monarchs, "so they could see them better." The second corridor was formed of a similar length, in which a platform oriented towards the East was placed in the middle with two barred cages of 56 centimeters on each side and 98 centimeters high, with their small doors, so that the prisoners could hear their cases and sentences in them. In front of these two cages, two pulpits were installed so that ten Dominican and Jerónimos religious figures could successively read the cases and sentences. Between the two pulpits and cages, there were benches for secretaries, lawyers for the prisoners, chroniclers, and other ministers, and in front of them two small tables, adorned with purple tapestries, with the two small chests containing the documents of the cases and the sentences. The third corridor crowned the outer part of the theater; here, stands were installed for the families of the inquisitors.

To the right of the theater—looking from the balcony—on rich carpets, the altar was arranged with the Green Cross covered by a black veil, the processional banner embroidered in gold, and twelve large silver candelabra; next to these was the preacher's pulpit. A stand was erected that went from the platform's floor to about 70 centimeters below the balconies of the plaza's second floor. On these stands sat the members of the Council of the Inquisition, and of the other Councils (Castile, Aragon, Flanders, Italy, and the Indies), and at the top was placed the throne and canopy of the inquisitor general (adorned with the royal coat of arms and that of the Holy Office), and with two side tables for the pontifical vestments (right) and for the ornaments of the honor chaplains (left). Internal stairs were made at the top of the stands so that the members of the councils located in this part of the platform could go down to the rooms of the first floor to have some refreshments. Opposite these stands and to the left of the theater, another set of stands of similar proportions and access was built, where the prisoners were placed, along with the religious figures who assisted them and the lay members of the Holy Office who guarded them. On a bench next to the central corridor, the wardens were seated (Joseph del Olmo's place) and on another bench, behind them, the lieutenants of the Villa de Madrid.

Below the platform and stands of the council members, there were eight apartments; three of them served as prisons and hearing places for the prisoners, another three were rooms for eating and resting; the seventh, a separate retreat for the preacher until the time of the sermon, and the eighth, for the officiating priest, since the entire event was part of a mass that began with the Auto and concluded it. The refreshments prepared for the attendees consisted of abundant biscuits, chocolate, sweets, and other beverages. Below the stands and the platform of the prisoners, there were another four rooms for feeding and resting the ministers of this part of the stage, and for attending to any accidents that might befall the prisoners (fainting, falls...).

To shield from the sun, awnings were extended by means of poles placed on 26 pilasters and ropes attached to the highest balconies. Next to the platform, a square was formed with a wooden fence, where the soldiers of the faith were placed to facilitate more comfortable access for the processions and the attendees' accompaniment to the event. From there, a street 26 feet wide (7.28 meters) was formed to the entrance of Calle de los Boteros with fences 4.5 feet high (1.26 meters), to contain the public.

Next to the royal balcony (which was number 29 on the first floor on this side of the Plaza Mayor), a door was opened to access the stairs that led to the platform. The royal balcony was gilded, and some partitions were broken to connect the king's quarters with the balconies of the ladies of the palace. Likewise, a canopy was hung at half-height on the balcony of the second floor. The work in general was paid for by the Villa de Madrid, with the exception of the royal balcony, which was paid for by the sovereign, and the decoration of the theater, which was provided by the Tribunal of the Inquisition.

The distribution of the plaza's balconies was done in such a way that the king's gentlemen and ladies, as well as the highest-ranking nobles and ecclesiastics, were situated closest to the monarchs; the importance, lineage, or wealth of the guests diminished as they moved away from the royal balcony.

Translated literally from the magazine La Aventura de la Historia nº 20
Bernardo J. García García 
Associate Professor, Complutense University of Madrid.

Bibliography
Lea, H. C.: «History of the Spanish Inquisition» Madrid, Fundación Universidad Española 1983

Maura Gamazo, G.: «Life and Reign of Charles II» Madrid, Aguilar 1990

Del Olmo, J.: «Account of the General Auto-da-fé that was Celebrated in Madrid in the Presence of Their Majesties on June 30, 1680» Siglo XXI, Colección Clásico Tavera, Historia de España, Serie III, vol. 8, 1998 (there is a CD-ROM edition by the author of the article. I suppose you can contact him through the magazine's website or, the easiest way, the website of the Complutense University of Madrid).

Vegazo Palacios, J. M.: «The General Auto-da-fé of 1680» Málaga, Algazara, 1995

Yerushalmi, Y. H.: «From the Spanish Court to the Italian Ghetto. Marranism and Judaism in 17th Century Spain. The Case of Isaac Cardoso» Madrid, Turner 1989





Fuente: https://web.archive.org/web/20090207224236/http://club.telepolis.com/pastranec/interesantes/autofe.htm


_______________________________________SoySefardi.org /    Facebook /    Twitter /   YouTube Canal  / Web SoySefardi.org  /    Buscador Web /    Email_______________________________________

HECHOS HISTÓRICOS SOBRE LA INQUISICIÓN EN ESPAÑA

"Representación de un juicio de la Inquisición Española.
El inquisidor dominico, preside sobre un acusado con barba y
la cabeza cubierta, cuya expresión es de terror. Generado por IA Gemini."

Hechos históricos

Las condiciones religiosas similares a las del sur de Francia motivaron el establecimiento de la Inquisición en el vecino Reino de Aragón. Ya en 1226, el rey Jaime I había prohibido a los cátaros su reino, y en 1228 los había proscrito tanto a ellos como a sus amigos. Un poco más tarde, por consejo de su confesor, Raimundo de Peñafort, le pidió a Gregorio IX que estableciera la Inquisición en Aragón. Por la Bula "Declinante jam mundi" del 26 de mayo de 1232, el Arzobispo Esparrago y sus sufragáneos fueron instruidos para buscar, ya sea personalmente o alistando los servicios de los dominicos u otros agentes adecuados, y castigar debidamente a los herejes en sus diócesis. En el Concilio de Lérida en 1237, la Inquisición fue formalmente confiada a los dominicos y a los franciscanos. En el Sínodo de Tarragona en 1242, Raimundo de Peñafort definió los términos haereticus, receptor, fautor, defensor, etc., y describió las penas que se infligirían. Aunque las ordenanzas de Inocencio IV, Urbano IV y Clemente VI también fueron adoptadas y ejecutadas con estrictez por la Orden Dominicana, no se logró un éxito notable. El Inquisidor Fray Pence de Planes fue envenenado, y Bernardo Travasser ganó la corona del martirio a manos de los herejes. El inquisidor más conocido de Aragón es el dominico Nicolás Eymeric. Su "Directorium Inquisitionis" (escrito en Aragón en 1376; impreso en Roma en 1587, Venecia en 1595 y 1607), basado en cuarenta y cuatro años de experiencia, es una fuente original y un documento del más alto valor histórico.

La Inquisición española, sin embargo, comienza propiamente con el reinado de Fernando el Católico e Isabel. La fe católica estaba entonces en peligro por los seudoconversos del judaísmo (marranos) y del islam (moriscos). El 1 de noviembre de 1478, Sixto IV facultó a los soberanos católicos para establecer la Inquisición. Los jueces debían tener al menos cuarenta años, una reputación intachable, distinguidos por su virtud y sabiduría, maestros en teología o doctores o licenciados en derecho canónico, y debían seguir las normas y regulaciones eclesiásticas habituales. El 17 de septiembre de 1480, Sus Majestades Católicas nombraron, inicialmente para Sevilla, a los dos dominicos Miguel de Morillo y Juan de San Martín como inquisidores, con dos asistentes del clero secular. En poco tiempo, las quejas de graves abusos llegaron a Roma y estaban demasiado bien fundadas. En un Breve de Sixto IV del 29 de enero de 1482, se les culpó por haber, bajo la supuesta autoridad de Breves papales, encarcelado injustamente a muchas personas, sometiéndolas a crueles torturas, declarándolas falsos creyentes y secuestrando los bienes de los ejecutados. Al principio se les amonestó para que actuaran solo en conjunto con los obispos, y finalmente se les amenazó con la deposición, y de hecho habrían sido depuestos si Sus Majestades no hubieran intercedido por ellos. Fray Tomás Torquemada, que nació en Valladolid en 1420 y murió en Ávila el 16 de septiembre de 1498, fue el verdadero organizador de la Inquisición española. A petición de sus Majestades españolas, Sixto IV otorgó a Torquemada el cargo de gran inquisidor, cuya institución indica un avance decisivo en el desarrollo de la Inquisición española. Inocencio VIII aprobó el acto de su predecesor, y con fecha de 11 de febrero de 1486 y 6 de febrero de 1487, a Torquemada se le dio la dignidad de gran inquisidor para los reinos de Castilla, León, Aragón, Valencia, etc. La institución se ramificó rápidamente de Sevilla a Córdoba, Jaén, Villareal y Toledo.

Alrededor de 1538 había diecinueve tribunales, a los que se añadieron tres más tarde en la América española (México, Lima y Cartagena). Los intentos de introducirla en Italia fracasaron, y los esfuerzos por establecerla en los Países Bajos tuvieron consecuencias desastrosas para la madre patria. En España, sin embargo, permaneció operativa hasta el siglo XIX. Originalmente convocada contra el judaísmo secreto y el islam secreto, sirvió para repeler el protestantismo en el siglo XVI, pero no pudo expulsar el racionalismo y la inmoralidad francesa del siglo XVIII. El rey José Bonaparte la derogó en 1808, pero fue reintroducida por Fernando VII en 1814 y aprobada por Pío VII bajo ciertas condiciones, entre ellas la abolición de la tortura. Se dice que fue abolida en la década de 1830.

Organización

A la cabeza de la Inquisición, conocida como el Santo Oficio, estaba el gran inquisidor, nombrado por el rey y confirmado por el papa. En virtud de sus credenciales papales, gozaba de autoridad para delegar sus poderes a otras personas adecuadas y para recibir apelaciones de todos los tribunales españoles. Era asistido por un Alto Consejo (Consejo Supremo) que constaba de cinco miembros (los llamados inquisidores apostólicos), dos secretarios, dos relatores, un advocatus fiscalis y varios consultores y calificadores. Los funcionarios del tribunal supremo eran nombrados por el gran inquisidor previa consulta con el rey. El primero también podía nombrar, transferir, destituir, visitar e inspeccionar o pedir cuentas libremente a todos los inquisidores y funcionarios de los tribunales inferiores. Felipe III, el 16 de diciembre de 1618, dio a los dominicos el privilegio de tener a uno de su orden permanentemente como miembro del Consejo Supremo.

Todo el poder estaba realmente concentrado en este tribunal supremo. Decidía cuestiones importantes o controvertidas, y escuchaba apelaciones; sin su aprobación no se podía encarcelar a ningún sacerdote, caballero o noble, ni celebrar ningún auto de fe; se le hacía un informe anual sobre toda la Inquisición, y una vez al mes un informe financiero. Todos estaban sujetos a él, sin exceptuar a sacerdotes, obispos, o incluso al soberano. La Inquisición española se distingue de la medieval por su constitución monárquica y una mayor centralización consecuente, así como por la influencia constante y legalmente prevista de la corona en todos los nombramientos oficiales y el progreso de los juicios.

Procedimiento

El procedimiento, por otro lado, era sustancialmente el mismo que el ya descrito. Aquí, también, invariablemente se concedía un "plazo de gracia" de treinta a cuarenta días, que a menudo se prolongaba. El encarcelamiento solo se producía cuando se había llegado a la unanimidad, o el delito había sido probado. El examen del acusado solo podía tener lugar en presencia de dos sacerdotes desinteresados, cuya obligación era restringir cualquier acto arbitrario; en su presencia el protocolo debía leerse dos veces al acusado. La defensa siempre estaba en manos de un abogado. Los testigos, aunque desconocidos para el acusado, eran jurados, y un castigo muy severo, incluso la muerte, esperaba a los falsos testigos. La tortura se aplicaba con frecuencia como medio para lograr la confesión.





Fuente: https://www.geocities.ws/iberianinquisition/facts.html
https://web.archive.org/web/20090831192716/http://geocities.com/iberianinquisition/facts.html


_______________________________________SoySefardi.org /    Facebook /    Twitter /   YouTube Canal  / Web SoySefardi.org  /    Buscador Web /    Email_______________________________________