SALÓNICA, LA CAPITAL SEFARDÍ DE LOS BALCANES (Por Ricardo Angoso)

Sidur, o Libro de oraciones

La mítica Salónica —en griego Thessaloniki— fue tierra de acogida y refugio tras el brutal destierro impuesto a los judíos por los Reyes Católicos allá por el año 1492. Los sefardíes deterrados, humillados en lo más hondo de su ser, llegaban sin nada, con apenas con lo puesto, y fueron capaces de construir, casi reconstruir, un nuevo mundo, más justo, más tolerante y en donde lo religioso no fuera una frontera sino un sueño donde hacer posible todos los sueños. La tolerante Salónica, abierta, cosmopolita y alegre. También judía, cristiana y musulmana. Durante años, esta bella ciudad griega vivió la dominación otomana y después, como fruto de una historia plagada de sangrientos episodios, pasó a ser la segunda ciudad de una Grecia que echaba andar en la escena europea tras siglos de luchas a garrotazos, guerras, terremotos y todo tipo de infortunios.

De la mitificada Salónica hasta nuestros días

«Y su nombre Zesaloniki», dijo el rey griego Filipo al tener que dar uno a su primera hija. Más tarde, y ya enfrascados en las disputas y guerras balcánicas, un general de Alejandro Magno y posterior sucesor de este conquistador, Casandro, se casaría con la princesa hija de Filipo y daría su nombre a la ciudad recién fundada. La urbe, cuentan las crónicas históricas, fue construida en los años 316 y 317 a. C. Luego llegaría Pablo, el considerado apóstol del mundo, quien predicaría baldíamente por estas tierras el cristianismo y se desengañaría de la escasa fe de los griegos. Unos siglos después, en el año 300 d. C., el emperador romano Demetrio convertirá Salónica en su residencia oficial. Tres años más tarde, un oficial romano, Demetrio, sería martirizado por su fe cristiana, convirtiéndose así en el santo patrón de la ciudad. A la época de dominación romana le seguiría la riqueza y gloria propias del período bizantino.

De la misma forma que ocurrió en todo el espacio balcánico, la ciudad de Salónica fue pasto de los ávidos conquistadores que soñaron con conquistar y dominar a la vieja Grecia. Por el territorio griego pasaron los eslavos, los avaros, los sarracenos, los normandos, los catalanes y, cómo no, los nunca deseados vecinos turcos. Pero siempre, a pesar de cada conquista, de cada guerra, de cada batalla, Salónica permanecía en pie, impasible ante las inclemencias políticas e históricas.

La ciudad se vio envuelta siempre en las grandes luchas de los poderes extranjeros por dominar el Mediterráneo. En el año 27 a. C., Salónica, al igual que el resto de Grecia, cae en manos del Imperio Romano, presencia que ya no se interrumpiría hasta el año 395 d. C., momento en que la suerte de Grecia queda sellada tras la consabida división en dos imperios de las tierras que hasta entonces habían dependido de Roma. Desde el año 395 d. C. hasta el siglo ix las tierras griegas padecen lo que se denomina como la «época oscura», una serie de incursiones, invasiones e infortunios de toda índole que se suceden sin pausa. Del siglo ix hasta el siglo xiv, en que definitivamente Grecia quedaría bajo la égida turca, las incursiones y la inestabilidad política serían la tónica dominante.

Y es que Salónica, como ocurre con casi todas las urbes griegas, posee ricos testimonios de todo este pasado plagado de grandezas y miserias. De la época romana nos quedan los ricos mosaicos de la Kamara y al Rotonda, con bellas representaciones y retratos coloristas, el Palacio de Galerio, del año 300 d. C., el Agora romana, el Teatro, el Arco de Galerio —que fue construido para celebrar la victoria contra los persas en el año 297 d. C.—, los baños romanos y el Ninfeo, una elegante y circular edificación en donde se ha construido en una de sus cisternas la bella iglesia de san Ioanis Pródromos.

Dominación romana y presencia judía

Sin embargo, pese a la dominación romana con todo su legado y al esplendor propio de la era bizantina, plagada de oscuros avatares y cruentas invasiones, cuando la ciudad llegó a su máximo esplendor fue en el siglo XV, momento en el cual comienza la llegada masiva de hebreos expulsados primero de España y después de casi toda Europa. De la presencia judía en esta ciudad nos da buena cuenta Robert Kaplan: «Los primeros judíos llegaron a Salónica en el año 140 a. C. En el año 53, San Pablo —Rabí Saul de Tarso— predicó en el Etz Haim («El árbol de la vida»), la sinagoga, tres sábados consecutivos. Los judíos de Hungría y Alemania se instalaron en el año 1376. Tras la conquista de Salónica por los turcos otomanos, veinte mil judíos de España obtuvieron autorización para establecerse allí en 1492, transformando radicalmente la cultura y el carácter de la ciudad. En el año 1493 arribaron judíos de Sicilia. Desde 1495 hasta 1497, una vez que la Inquisición se impuso en España y Portugal, llegaron los judíos procedentes de Portugal».

Este peso de lo judío, de lo sefardí en la ciudad, que arranca en el siglo xv y se extiende hasta la Segunda Guerra Mundial, en que el Holocausto interrumpe para siempre esta presencia y esencia judía, condicionó y caracterizó la vida de Salónica durante siglos. La indiscutible tolerancia otomana hacia las otras confesiones religiosas posibilitó la llegada de miles de judíos de todas las partes de Europa, desde las ya citadas Portugal y España hasta los lugares donde fueron expulsados con posterioridad, como Baviera y los reinos españoles del sur de Italia.

Los turcos, que habían conquistado Salónica por primera vez en el 1349, permitieron a los judíos recién llegados —«Portuguezim», los que venían de Portugal, y «Sepharadim», los llegados desde España— asentarse en sus ciudades, comerciar, abrir sus mercados, construir sus sinagogas y, en definitiva, sentirse ciudadanos de una sociedad absolutamente tolerante hacia las otras confesiones religiosas. Más tarde, y después de una serie de reveses en los Balcanes, los turcos se instalarían en Salónica definitivamente en el año 1430, presencia turca que duraría hasta la Primera Guerra Balcánica (1912). El resto de Grecia caería definitivamente bajo dominio turco tras la mítica toma de la ciudad de Constantinopla, en el año 1453.Esta derrota militar, que será celebrada durante siglos por los otomanos y que determinaría la historia de Europa hasta bien entrado el siglo xx, fue bien contada y recogida por los cronistas de la época.

La ciudad, llamada en aquellos años Thessaloniki por los griegos y Selânik por los turcos, se convirtió en uno de los centros urbanos más importantes de los Balcanes. Decenas de mezquitas, junto con sinagogas e iglesias ortodoxas y católicas, se construyeron al calor de ese respeto que emanaba de las costumbres turcas. Según todas las fuentes, en la vieja Selânik o Salónica vivían entre 100 000 y 150 000 judíos de todas las procedencias en el momento de su máximo esplendor.

Después de la caída de la ciudad en manos turcas llegaría lo que griegos denominan como la «larga noche de la dominación otomana». Pese a todo, y al igual que ocurre en todos los países dominados por los turcos en los Balcanes, el alma, la cultura y la lengua de los helenos encuentran cobijo en las iglesias y monasterios tolerados por sus nuevos ocupantes. La cuestión religiosa tenía un valor secundario en el nuevo Imperio Otomano, aunque la pertenencia a la confesión musulmana permitía el ascenso social y el éxito político. Así fue posible que en muchas partes de los Balcanes, pero sobre todo en Bosnia y Herzegovina, muchos eslavos se convirtieran al islam con la esperanza de conseguir tierras, lograr puestos y trabajo en la nueva administración y, en definitiva, hacer carrera al lado de los nuevos administradores y guerreros otomanos.

Además, los griegos, que siempre han sido buenos comerciantes y negociantes, muy pronto prosperaron socialmente y se convirtieron en una nueva clase social muy activa y dinámica que se dedicaba a la agricultura, al pequeño comercio y a la artesanía. Los productos griegos se transportaban a los mercados del todo el Mediterráneo y los Balcanes, sin que las autoridades turcas impidiesen en ningún momento el libre comercio y la posibilidad de viajar hacia otros mercados. Conocidas y bien documentadas son las relaciones de la ciudad con casi todos los puertos la Europa de la época.

De este período de la cultura griega bajo la dominación otomana, hay que destacar algunos edificios y monumentos que quedaron como mudos testigos de esta larga época, entre los que debemos reseñar la Torre Blanca —en griego, Lefkos Pirgos—, el Museo Etnográfico, que guarda una bella colección que va desde la Grecia del medioevo hasta hoy, y varios edificios civiles y religiosos también de estos años de sumisión a la Sublime Puerta. Como ocurre en otras partes de los Balcanes, en la ciudad de Salónica quedan muy pocos monumentos y edificios que recuerden el pasado otomano; el mapa oficial de la ciudad, que entrega la Oficina de Turismo Griego, tan solo señala la existencia de una sinagoga, una iglesia de culto cristiano armenio, otra de culto ruso y otra católica. Nada de mezquitas ni baños turcos, pese a que un antiguo mapa realizado por los turcos a principios de siglo señala que había, al menos, una decena de mezquitas.

Un nacionalismo ramplón y antiturco borró de la faz de Salónica todas las huellas de un pasado tolerante, culto, abierto y plural. Siguiendo los mismos pasos que sus vecinos búlgaros, macedonios, rumanos y serbios, los griegos se pusieron manos a la obra —es decir al borrado de nombres y calles y a la destrucción de edificios— tras el final de la dominación otomana del suelo griego. Se trata de defender una pureza racial que no tiene nada que ver con la verdadera identidad de los helenos.

La identidad y cultura griegas sobrevivieron en estas tierras macedonias bajo el paraguas de la dominación otomana y en un ambiente cosmopolita, plurilingüístico y multireligioso. En Adiós a Salónica, un libro británico escrito por León Sciaky, se cuenta la historia de un niño que crecía a finales de la era otomana en una ciudad tranquila y sin grandes conflictos entre sus habitantes. Sciaky se refiere a Salónica como una ciudad de coquetas mezquitas, tejados rojos, pequeños mercados y muros encalados. También destaca que la misma es «la ciudad principal judaica» de Macedonia. En la clase del protagonista, sigue en su relato Sciaky, tan sólo había un alumno griego y el resto eran mayoritariamente hebreos. Para el autor, buen conocedor de los Balcanes y el alma griega, esto tan solo significaba la «integración normal» en el ambiente de la ciudad.

La independencia de Grecia es lograda, a sangre y fuego, en el año 1821, contando en su haber con muchos episodios sangrientos y contratiempos. El siglo xix se asiste al nacimiento de las nuevas naciones en los Balcanes y al final del Imperio Otomano, una ruptura desordenada, violenta y plagada de tensiones e injerencias externas. La ciudad de Salónica, capital sefardí de la nueva Grecia, mientras tanto seguía siendo parte del Imperio Otomano, manteniendo su tradicional convivencia religiosa y étnica, especialmente hacia los judíos.

De las guerras balcánicas a la Salónica moderna

En 1913, cuando los turcos han perdido ya todas sus posesiones en la actual Grecia, según los censos de la época, la población de Salónica ascendía a 157 000 personas, de las cuales más de 80 000 eran hebreos; 35 000 turcos y de 10 000 a 15 000 eran domes (judíos convertidos al islam durante el período otomano) y el resto eran un conjunto de nacionalidades y etnias, desde albaneses y serbios hasta búlgaros y rumanos. Muy pronto, tras el final de las dos guerras balcánicas, la tensión llegó a la ciudad. En 1913, y después de una serie de ataques antisemitas por parte de los griegos, más de 400 tiendas en manos de los hebreos fueron arrasadas e incendiadas bajo el pretexto de que los judíos habían envenenado el agua de la ciudad. Se trataba del primer y más duro ataque de los griegos contra los hebreos, a los que ya se acusaba abiertamente de haber estado aliados a sus antiguos ocupantes turcos. El tradicional antisemitismo griego, muy parecido al rumano en sus orígenes y radicalidad, estaría presente en la vida política de Grecia durante toda la mitad del siglo xx. En 1913 también sería asesinado en Salónica el rey Jorge I de Grecia.

En 1916, las nuevas fuerzas griegas ocuparon Salónica. Un año más tarde, en 1917, un enorme incendio destruyó toda la parte judía de la ciudad, así como treinta y cuatro sinagogas. El resultado fue que 73 448 personas quedaron sin hogar, de las que 53 537 eran judías. Los judíos fueron expulsados hacia las peores partes de la ciudad, hacia la periferia, y de la noche a la mañana la vida hebrea perdía toda su luminosidad. Ese mismo año se decretaban las primeras medidas antijudías en toda Grecia. En una ciudad donde la lengua franca era el judeo español o ladino, se respetaba el sabbath (el sábado religioso) y donde los judíos llevaban viviendo desde siglos, las nuevas autoridades griegas decidieron acabar de un solo golpe con este espíritu tolerante y abierto.


Pero lo peor estaba por llegar. En 1923, y después de que una «aventura» militar griega por conquistar territorio turco fracasase, Atenas decide instalar en la ciudad a más de 100 000 helenos procedentes de Asia Menor con el fin de helenizar a la Salónica judía e invertir el censo demográfico a su favor. Por paradojas del destino, el hombre que había provocado esta derrota griega era el invicto general Atatürk, que como hemos dicho anteriormente había nacido en la ciudad en la que ahora indirectamente había provocado el final del sueño multiétnico. Los turcos de Salónica, en un «juego» tristemente balcánico, fueron también expulsados, dejando atrás sus propiedades, viviendas, tierras y negocios. Nunca más volverían. Las mezquitas, siguiendo con las rancias tradiciones de la región, serían demolidas y destruidas para siempre; en su lugar se construirían nuevos edificios y lugares para el culto ortodoxo, todo ello con el fin de exorcizar el «sacrilegio» de unos infieles que un día se atrevieron a conquistar el «sagrado suelo heleno». El intercambio de poblaciones sellaba el final del sueño multiétnico en los Balcanes, como vemos mucho antes de la llegada de los Karadzic y los Mladic a la región.

Luego llegaría el Holocausto, la destrucción programada de toda la vida judía en Europa Central y Oriental y los Balcanes, el drama de un pueblo condenado al exterminio por un nazismo que encontró en muchos de los gobiernos locales el apoyo, la colaboración e incluso la simpatía hacia su perversa ideología. Primero fue el saqueo de la ciudad, tal como acaeció en otras ciudades judías de Europa central, como en Cracovia o Varsovia, la destrucción de los tesoros artísticos, el pillaje de las joyerías y negocios de los hebreos... Corría el año 1941 y resultaba peligroso ser judío en aquella Europa de guerra, tiranía y desolación. La Europa de Hitler se construía sobre sangre hebrea

«De todas las ciudades europeas ocupadas por los nazis, Salónica fue la que más víctimas judías registró: de una población de 56.000 personas, 54.050 fueron exterminadas en Auschwitz, Bikernau y Bergen-Belsen. El éxito del hostigamiento y deportación de los judíos de Salónica hizo odioso a Adolf Eichmann. A principios de los años noventa, el mundialmente buscado criminal superviviente nazi, Alois Brunner (austriaco, como Eichmann), fue detenido en su escondite sirio específicamente por sus crímenes en Salónica», escribía el norteamericano Kaplan al referirse a los sucesos acaecidos en esta ciudad griega.

El gran escritor Josep Pla, autor del excelente libro Israel, 1957, donde cuenta sus experiencias y vivencias de un viaje que al autor realizó al Estado judío en el año que da título el libro, cuenta del drama padecido por la ciudad de Salónica. «Está claro que Salónica era una especie de capital de lo sefardí: el grupo era rico; el Gobierno turco, tolerante; los rabinistas, inteligentes y tradicionalistas. En los presentes días, sin embargo, Salónica, como núcleo importante de la diáspora, ya no existe; 75.000 judíos de Salónica, que hablaban ladino, fueron asesinados por la Gestapo durante la ocupación de Grecia por los ejércitos alemanes. El hecho ha sido un golpe mortal a la vieja lengua que los judíos se llevaron de nuestro país a consecuencia del decreto de expulsión del siglo xv», señalaba Pla en este libro que es un alegato en favor del Estado de Israel y de la tradicional amistad hispano-judía.

La vida judía de Salónica había sido borrada del mapa para siempre. Sinagogas, escuelas talmúdicas, cementerios, negocios rituales, junto a miles de propiedades y viviendas, desaparecerían para siempre. El cementerio judío más grande del mundo, el de la ciudad, con casi 500.000 tumbas, sería destruido. Sus bellas lápidas, como si los muertos mereciesen ser también humillados, destruidas. Pese al drama vivido, pese a la dura catástrofe padecida por la ciudad, el tradicional antisemitismo heleno ha impedido que hoy en la ciudad haya algún monumento o alguna placa que recuerde el sufrimiento padecido por estos judíos. La mala conciencia, al igual que ocurre en la colaboracionista Rumania de la guerra, ha impedido que las autoridades griegas hayan practicado un mero ejercicio de catarsis y reconocido su elevado grado de participación en los tristes acontecimientos acaecidos. Nadie en la Grecia de de hoy recuerda y reconoce a las víctimas de este sangriento episodio, de este «mero detalle» a pie de página en los libros de historia de Grecia.

De todas estas cosas, junto con su rico pasado otomano, ya se habían olvidado en la dinámica y vital Salónica de los años 50 y 60. El pasado, al menos en los Balcanes, siempre se puede reinventar como en un juego borgiano. Luego llegaría la transformación de la ciudad en la gran urbe que es hoy. La ciudad crecería en la periferia y cambiaría en su casco histórico, mientras Grecia vivía profundas turbulencias políticas y sociales. A pesar de esta acusada tendencia a la inestabilidad, la ciudad de Salónica siguió creciendo, modernizó su puerto, comenzó a recibir a los primeros turistas y abrió sus primeros museos. Sin embargo, la vida sefardí nunca se recuperó y ya tan sólo quedan en la ciudad algo menos de mil judíos.

De la misma forma que la vida cultural se ha desarrollado mucho en los últimos treinta años, sobre todo después de la desaparición de la dictadura, la llegada del turismo provocó el «descubrimiento» de las playas en la ciudad y sus alrededores, entre las que destacan Aretsú Perea, Nei Epivates, Ayía Triada, Nea Mijaniona, Epanomí, Nea Krini y Asprovalta. Sin embargo, el desarrollismo de los setenta y los ochenta, consolidado sobre todo después de la entrada de Grecia en la Unión Europea, en 1979, no tuvo su traducción en una racionalización de los político, sino en más bien lo contrario.

La década de los ochenta estuvo caracterizada por una corrupción galopante, un estilo político caudillista y neo nacionalista de la mano del socialista Papandreu, una política agresiva y belicosa hacia sus vecinos y una pérdida de grandes oportunidades por las nuevas autoridades griegas, que recibían en aquellos días dinero a raudales procedente de los fondos de cohesión de la Unión Europea. Salónica, por su parte, en aquel período era una de las ciudades más abiertas y cosmopolitas del país, tal como destaca en su libro Los griegos el periodista británico James Pettifer. En un país cerrado, represivo en los ámbitos referidos a la igualdad de géneros y la libertad sexual, Salónica era una suerte de pequeño espacio para las libertades y la libre expresión.

Pese a todo lo dicho anteriormente, Salónica, urbe mediterránea por los cuatro costados y bajo poder otomano durante más tiempo que el resto del país, es una buena demostración de todos los elementos más característicos de la cultura griega. Repleta de restos de un pasado romano, bizantino, sefardí y otomano, la ciudad es un buen teatro de todo este reino de la oscuridad, el misterio, la tristeza y la irracionalidad, como escribiría Kaplan, y un buen centro para entender el inevitable encuentro, a veces violento, entre el Oriente y Occidente. Desde Salónica, para no olvidar donde estamos, ya nos encontramos a tan sólo unas horas de Estambul, la capital desde donde se inició la primera gran aventura para conquistar y dominar estos Balcanes indómitos y misteriosos que cautivaron desde Byron hasta Yourcenar. La vieja Grecia, la de Homero, Platón y Aristóteles, está plagada, como vemos, de paradojas y grandes pasiones. Sin ellas, sin los frutos de sus contradicciones y desamores, resulta muy difícil entender a esta región y a los griegos. Luego esta esencia, no lo olvidemos, habla judeoespañol. Y es que Salónica, trozo de nuestro espíritu e identidad, es casi una parte de nosotros mismos.


Fuente: http://cvc.cervantes.es/artes/sefarad/cartografia/salonica.htm


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